El Coronavirus no es un cuento ni es chino
Escribo
esto
en
una
guardia
tranquila,
como
son
las
guardias
de
estas
épocas
del
año
en
el
sur
del
mundo:
con
pocos
pacientes
a
mi
cuidado.
Finalizando
el
verano,
las
consultas
e
internaciones
son
pocas.
Aunque
la
guardia
esté
tranquila,
yo
no
lo
estoy.
Tengo
que
dejar
a
un
lado
mi
teléfono
para
sosegarme
y
pasar
raya,
intentando
sacar
conclusiones
de
lo
que
vivimos
los
habitantes
de
este
mundo
estos
últimos
días:
vivir
una
epidemia
de
todos,
la
pandemia
coronavirus.
No
escribo
como
epidemiólogo,
ni
como
infectólogo
ni
como
salubrista.
No
me
corresponde
ni
quiero
ser
irresponsable
al
dar
mensajes
que
no
me
corresponden.
Escribo
como
lo
que
soy:
un
ciudadano
más
que
eligió
ser
médico
y
cuidar
a
sus
semejantes.
En
mi
caso,
a
los
más
chicos
de
la
sociedad.
Escribo
como
padre
y
como
hijo.
Aclaro
algo
que
deberíamos
aclarar
todos
los
que
trabajamos
en
salud
cuando
se
hacen
declaraciones
públicas:
no
tengo
vínculos
con
ninguna
organización
privada
vinculada
a
la
industria
de
la
biotecnología
y
tampoco
tengo
cargo
político,
ni
pretendo.
Pero
me
pidieron
que
escriba
sobre
coronavirus
y
acá
van
mis
pareceres,
que
se
escriben
en
la
trasnoche
del
12
de
marzo
de
2020,
por
lo
que
le
pido
al
lector
prudencia
en
la
interpretación
de
lo
que
aquí
se
comenta.
La
coyuntura
puede
cambiar
y
lo
aquí
dicho
puede
ser
letra
vieja
en
unos
días.
El
cuento
chino
Acabo
de
cortar
comunicación
con
tres
colegas
del
norte
del
mundo.
Son
de
Madrid
y
de
Milán.
Están
en
la
trinchera
del
coronavirus.
En
el
ojo
de
la
tormenta.
Quiero
ser
vector
de
lo
que
ellos
viven
como
médicos
y
como
personas,
para
tratar
de
anticiparme
a
lo
que
pueda
pasar
cuando
el
globo
gire
y
el
invierno
llegue
en
el
sur
y
haya
terminado
en
el
norte.
Cuando
el
coronavirus
nos
toque
y
a
ellos
les
permita
un
descanso.
El
coronavirus
no
es
un
cuento
chino.
Hace
unas
pocas
semanas
era
noticia
que
China
vivía
una
epidemia
nunca
vista.
Se
divulgaron
videos
en
los
que
se
construían
hospitales
enteros
en
un
par
de
semanas
en
ese
país.
Las
medidas
impensadas
de
dejar
en
cuarentena
a
millones
de
personas
parecían
de
película.
Una
película
oriental.
Las
medidas
que
tomaron
para
asilar,
o
aislarse
y
prevenir
la
propagación
ocasionaban,
por
un
lado,
asombro
y,
por
el
otro,
una
sensación
de
lejanía.
Estos
chinos…
Pero
China
no
es
lejana.
Queda
a
la
vuelta
de
la
esquina
en
el
mundo
en
que
vivimos.
Según
los
reportes
recientes,
el
virus
por
lo
general
genera
gravedad
(ingreso
a
centros
de
tratamiento
intensivo)
y
muerte
en
población
añosa
y
vulnerable,
con
enfermedades
de
base.
Pero
su
contagiosidad
lo
hizo
viajar
pronto
a
países
vecinos
y
toda
Asia
se
llenó
de
puntos
rojos
que
crecían
como
metástasis.
Nosotros
seguíamos
mirando
la
tele.
Hasta
que
estalló
la
bomba
en
Italia.
O
mejor
dicho,
hasta
que
llegó
el
tsunami.
Paura
Una
amiga
y
colega
que
trabaja
como
yo
pero
en
Milán
me
habla
de
miedo
(paura
en
italiano).
Me
dice
que
tiene
miedo
de
que
se
enferme
gente
cercana
a
ella,
o
sus
niños.
Me
dice
que
a
veces
es
más
racional
y
que
piensa
que
si
todos
se
comportan
bien
pronto
terminará
y
volverán
a
sus
vidas
previas.
“Deseo
tanto
poder
abrazar
y
besar
a
las
personas
que
amo”,
me
dice.
Hace
siete
días,
A
me
contaba
que
no
eran
exageraciones.
Que
la
cosa
era
real.
Que
los
hospitales
estaban
desbordados
por
tener
que
atender
en
cinco
días
lo
que
en
general
atendían
en
tres
meses.
El
coronavirus
encontró
en
el
norte
italiano
(aún
nadie
sabe
por
qué)
los
ingredientes
para
pegar
fuerte.
En
el
interjuego
que
hace
toda
infección
entre
la
población
que
afecta
y
el
propio
agente,
el
coronavirus
quebró
al
sistema
sanitario
en
Lombardía.
“Un
tsunami”,
refieren
los
colegas
de
allí.
Vino
la
ola
y
los
tapó,
ocasionando
un
desastre.
Uno
de
los
mejores
sistemas
sanitarios
de
Europa,
en
una
región
rica,
no
toleró
la
demanda
asistencial
del
coronavirus,
este
virus
nuevo,
desconocido.
Hasta
ahora
las
bolsas
de
valores
bajan,
el
gobierno
decidió
aislarse
y
nadie
entra
ni
sale
del
país.
El
Coliseo
vacío,
sin
gente;
Venecia
con
góndolas
pero
sin
gondolieri.
Parece
ser
inédito
algo
así
en
una
nación
moderna
de
Occidente.
Pero
ocurrió.
Ocurre.
Incertidumbre
Mis
dos
amigos
madrileños
están
asombrados
en
el
hospital.
M,
uno
de
ellos,
me
cuenta
sus
percepciones:
“Creo
que
la
palabra
principal
es
incertidumbre.
Incertidumbre
por
no
saber
si
el
sistema
sanitario
está
preparado
para
sostener
semejante
aumento
de
demanda
en
tan
poco
tiempo.
Incertidumbre
sobre
si
la
población
va
a
cumplir
las
recomendaciones
de
la
administración
pública
o
no.
Incertidumbre
sobre
las
consecuencias
sociales
que
puede
traer
a
una
sociedad
que
está
aún
saliendo
de
la
crisis
de
2008”.
Mientras
cena
con
sus
compañeros
de
guardia
en
el
hospital,
J
hace
tertulia
con
mi
planteo
de
que
me
explique
en
tres
frases
cómo
siguen
las
cosas
en
los
alrededores
de
la
Gran
Vía.
Como
respuesta,
me
dijo:
“Primero,
subestimamos
el
peligro
de
esto.
Estábamos
convencidos
de
que
era
algo
asiático
y
no
más
que
una
gripe
fuerte.
Segundo,
¿cómo
puede
estar
pasando?
¡Si
todo
empezó
con
un
animal
en
un
mercado
en
una
ciudad
china!
No
me
creo
que
tenga
que
cambiar
tantos
hábitos
normales,
que
lo
mejor
que
puedo
hacer
por
la
sociedad
es
quedarme
encerrado
en
casa.
Y
en
tercer
lugar:
¿cómo
va
a
acabar
esto?
¿Va
a
morir
alguien
querido?
¿Se
van
a
desplomar
todas
las
economías?
¿Va
a
ser
el
germen
de
un
conflicto?
¿Cuándo
va
a
pasar?”.
Con
estos
dos
colegas
pensaba
encontrarme
en
Madrid
en
un
par
de
semanas.
Tenía
todo
programado.
No
será.
Ellos
estarán
allá
y
yo
acá.
La
incertidumbre
es
inédita
y,
tal
como
está
la
situación,
lo
mejor
es
no
ir.
Si
cierra
la
NBA
o
la
Libertadores,
si
los
Juegos
Olímpicos
están
por
no
ser
y
Estados
Unidos
cerró
aeropuertos
desde
Europa,
mi
viaje
puede
esperar.
Como
dijo
un
amigo,
si
suspendieron
el
fútbol
es
que
la
cosa
es
seria.
Una
de
las
recomendaciones
es
no
salir
del
país
si
no
es
imprescindible,
pues
cada
uno
de
nosotros
es
un
potencial
vector,
a
lo
que
se
suma
la
paranoia,
el
riesgo
de
desabastecimiento
o
quedar
varado
en
un
aeropuerto
como
Tom
Hanks
(que,
dicho
sea
de
paso,
confirmó
que
tiene
el
virus).
Mientras
escribo
esto
recibo
un
mensaje
reenviado
que
exige
que
el
gobierno
cierre
fronteras
como
hizo
El
Salvador
y
que
los
uruguayos
unidos
podemos
frenar
el
virus.
Y
yo
me
agarro
la
cabeza.
Infodemia
Acabo
de
comprar
la
cena
y
el
pizzero,
antes
de
cobrarme,
me
pregunta
en
voz
baja:
–Doctor,
¿es
verdad
que
los
chinos
se
están
muriendo
como
moscas?
Pasaron
un
video
de
Whatsapp
que
se
ve
clarito
–dice
consternado.
Estuve
diez
minutos
con
todos
los
mozos
explicando
que
no,
que
no
anda
gente
muriéndose
por
las
calles.
Ni
en
China
ni
en
Italia.
Por
lo
menos,
no
de
coronavirus.
Trato
de
tranquilizarlos
con
lo
que
sí
sé:
que
una
de
las
peores
cosas
del
coronavirus
es
el
carácter
viral
que
adquirió
la
desinformación
respecto
del
tema.
Que
tienen
que
cuidar
mucho
de
no
escuchar
a
los
oportunistas
que
viven
del
miedo
que
paraliza.
Esos
mercaderes
pueden
ser
mortales,
incluso
los
de
túnica
blanca.
Así
pasó
con
el
oseltamivir
(el
Tamiflú
famoso),
que
surgió
como
una
cura
milagrosa
cuando
pasó
la
gripe
H1N1,
hace
diez
años,
y
terminó
siendo
una
gran
estafa
mundial
(para
lo
único
que
servía,
según
se
supo,
era
para
bajar,
a
veces,
la
duración
de
síntomas
de
gripe,
pero
no
protegía
de
la
muerte
ni
de
ninguna
enfermedad
grave
a
los
que
recibieron
el
medicamento).
“El
asunto
es
tratar
de
prevenir
el
contagio
rápido
y
masivo.
Tratar
de
bajar
el
pico
atroz
y
que
las
consultas
sean
las
mismas,
pero
distribuidas
en
más
tiempo.
‘Achatar
la
curva’
dicen
los
que
saben”.
Para
el
coronavirus
no
tenemos
mayor
cura
que
nuestros
cuerpos.
No
hay
pastilla
que
cambie
nada,
ni
vacunas,
y
las
que
están
en
estudio
llegarán
a
probar
su
eficacia
mucho
después
de
que
el
coronavirus
nos
acompañe.
Los
que
les
toque
en
suerte
enfermarse,
se
curarán
solos.
Cada
día,
mientras
soportan
el
tsunami,
los
italianos
nos
alertan.
Que
no
nos
tome
desprevenidos.
Al
menos
corremos
con
esa
ventaja.
Ya
es
inevitable
que
los
casos
aparezcan.
Aparecerán
como
aparecieron
por
todos
lados.
El
asunto
es
tratar
de
prevenir
el
contagio
rápido
y
masivo.
Tratar
de
bajar
el
pico
atroz
y
que
las
consultas
sean
las
mismas,
pero
distribuidas
en
más
tiempo.
“Achatar
la
curva”,
dicen
los
que
saben.
Suben
los
casos
hasta
llegar
a
un
techo
y
luego
bajan.
Como
un
cerro.
Cuanto
más
chato
el
cerro,
más
tiempo
tiene
el
sistema
sanitario
para
no
verse
sobrepasado.
Una
curva
alta
ocasiona
saturación
del
sistema.
Es
como
patearle
al
golero
tres
penales
a
la
vez.
Las
medidas
que
toca
hacer
a
todos
son
puro
sentido
común
y
sencillas,
como
casi
cualquier
enfermedad
respiratoria:
lavarte
las
manos
como
un
obsesivo
(con
agua
y
jabón,
bien
hecho);
evitar
tocarte
la
cara;
si
enfermás,
quedarte
en
casa
y
quizás
pasar
por
antipático
y
antisocial
en
aglomeraciones,
que
deberían
ser
sólo
las
imprescindibles.
Verás
que
muchas
reuniones
masivas
serán
suspendidas,
al
menos
un
tiempo,
hasta
que
capeemos
el
temporal.
Evitar
las
muchedumbres
quizás
sea
una
de
las
medidas
más
efectivas,
ya
que
de
ese
modo
se
previene
la
transmisión
rápida
entre
nosotros.
Recordá
que
las
propias
vacaciones
invernales
tienen
un
motivo
de
salud
pública.
Cuando
los
niños
dejan
de
concurrir
a
clases
esas
semanas,
los
contagios
cada
año
disminuyen
y
lo
mismo
pasará
con
el
coronavirus.
Para
evitar
la
infodemia
de
las
viralizaciones
con
desinformaciones
falsas
como
la
que
le
llegó
al
pizzero,
que
pueden
dañar
y
mucho,
guardate
esta
página
y
consultala
cuando
tengas
dudas:
https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019.
Es
lo
que
la
Organización
Mundial
de
la
Salud
(OMS)
nos
aconseja.
Matar
la
desinformación
ayuda
a
combatir
el
coronavirus.
Nos
van
a
seguir
llegando
videos
disparatados,
curas
milagrosas
y
datos
de
miles
de
muertes
por
coronavirus.
Recomiendo
calma
cuando
te
asustes
con
ese
audio,
con
esa
foto
o
video,
con
ese
“experto”
que
dice
que
se
va
a
acabar
el
mundo.
Calma.
Es
mentira
que
la
humanidad
se
acaba.
Tratá
de
apagar
un
poco
la
tele
y
dejar
las
redes
sociales
por
un
momento,
y
enseñarles
a
tus
hijos
cómo
lavarse
las
manos
y
explicarles,
sin
miedo,
lo
que
sepas
y
lo
que
no
sepas.
De
paso,
te
cuento
que
por
suerte
este
virus
no
trata
tan
mal
a
los
niños.
No
consultes
cuando
te
resfríes
como
siempre;
seremos
quizás
miles
los
que
nos
resfriaremos
de
coronavirus
en
los
próximos
meses,
y
quietos
en
casa
nos
curaremos
solitos.
No
vayas
a
comprar
ese
tapabocas:
la
mayoría
no
sirve
más
que
para
desabastecer
los
hospitales,
que
es
donde
los
necesitamos
(los
utilizamos
para
no
contagiarte
cuando
vayas
a
consultarnos).
Tampoco
pagues
un
estudio
para
coronavirus,
aunque
tengas
el
dinero
y
lo
consigas.
No
hagas
como
muchos
famosos
que
publican
en
sus
redes
que
son
positivos
para
coronavirus,
como
si
fueran
sobrevivientes.
Eso
no
aporta.
Que
sea
un
médico
el
que
te
indique
los
estudios.
Necesitaremos
todos
esos
recursos
para
los
que
enfermen
peor
de
la
virosis.
Y
el
lavado
de
manos
con
agua
y
jabón,
¡como
siempre!
No
vacíes
la
góndola
del
supermercado
comprando
alimentos
como
si
nos
estuvieran
por
atacar.
El
único
sentido
de
eso
es
desabastecer
y
crear
miedo
y
caos.
No
se
va
a
acabar
el
mundo.
Buscá
información
válida
en
el
Ministerio
de
Salud
de
tu
país.
Es
allí
donde
se
debe
generar
un
análisis
lo
más
certero
que
se
pueda
con
la
información
disponible
(y
con
los
verdaderos
expertos)
para
darnos
a
todos
los
ciudadanos
de
todas
las
trincheras
recomendaciones
de
lo
que
hacer
y
no
hacer.
El
cierre
de
fronteras
y
la
suspensión
de
clases
son
decisiones
que
no
pasan
–ni
deben
pasar–
por
ti
ni
por
mí.
Hay
gente
a
la
que
le
pagan
para
eso
y
lo
hace
muy
bien,
decidiendo
lo
mejor
(sin
ser
infalibles)
para
todos
nosotros.
Zapatero
a
tus
zapatos
El
miedo
paraliza,
pero
ahora
no
podemos
darnos
ese
lujo.
Es
tiempo
de
actuar
y
todos
tenemos
cosas
para
hacer.
Debemos
tener
el
coraje
de
hacerlo.
Vamos
con
cierta
ventaja
con
nuestros
hermanos
de
Oriente
y
del
norte
que
asumen
que
subestimaron
la
amenaza
y
no
se
prepararon.
Como
sociedad
debemos
ser
ágiles
y
apostar
a
que
haremos
todo
lo
posible
para
ayudar
a
que
nuestro
sistema
sanitario
pase
la
que
quizás
sea
la
mayor
prueba
de
su
historia.
Es
difícil
estar
tranquilo
y
sin
miedo
cuando
se
vive
un
minuto
a
minuto
de
los
casos
de
coronavirus
en
el
mundo.
Nunca
en
la
historia
una
epidemia
se
siguió
caso
a
caso
a
este
extremo.
Pero
debemos
intentar
hacer
lo
que
podemos.
Cuidémomos.
Cuidemos
a
los
cuidadores.
También
nosotros
nos
enfermamos,
y
no
tenemos
ni
tendremos
todas
las
respuestas.
Intenten
no
sobresaturar
de
consultas
sin
sentido
a
los
hospitales
que
quizás
estén
trabajando
a
su
máximo.
Recuerden
que,
aunque
te
digan
miles
de
casos
o
millones
en
un
par
de
meses,
serán
casi
los
mismos
miles
y
millones
los
que
se
curarán
de
la
virosis.
Cuando
vean
en
la
tele
frases
como
“ya
van
130.000,
200.000
o
un
millón
de
casos
de
coronavirus”
recuerden
que
hay
un
dato
que
no
se
da,
y
es
que
luego
de
pasada
la
enfermedad,
cuando
te
llegue
esa
noticia,
gran
porcentaje
de
esos
miles
ya
se
curaron.
No
son
zombis
que
vienen
a
buscarnos.
En
China,
parece,
ya
pasó
lo
peor.
Son
los
menos
de
los
menos
los
que
terminan
en
el
hospital
y
aun
menos
aquellos
a
los
que
les
irá
mal.
Algunos
morirán
con
el
coronavirus.
Claro
que
sí.
Pero
hay
que
recordar
que
cada
año
mueren
millones
en
el
mundo
de
otros
virus
y
de
otras
enfermedades,
aunque
no
tienen
tanta
prensa.
Seguiremos
siendo
mortales
luego
de
que
el
virus
siga
su
camino.
Aunque
lo
raro
es
que
nos
mate,
lo
que
sí
puede
ser
letal
es
su
efecto
en
el
sistema
de
salud
al
saturarlo.
Vale
recordar
que
el
mundo
sigue
funcionando
y
que
las
otras
enfermedades
siguen
existiendo
y
el
sistema
debe
seguir
asistiendo
a
todos
(con
y
sin
coronavirus).
Los
de
siempre,
los
de
todos
los
años
e
inviernos.
La
mayor
gravedad
del
coronavirus,
según
lo
que
sabemos
hoy,
es
indirecta,
puesto
que
ocasiona
un
tránsito
de
pacientes
tan
pesado
que
impide
al
sistema
atender
bien
a
los
que
consulten
por
otras
enfermedades
tan
o
más
graves
que
el
coronavirus.
Porque
en
nuestra
región
latinoamericana
sigue
habiendo
epidemias
mortales
que
no
nos
abandonan:
gripe,
malaria,
dengue
y
tantas
más.
Por
esas
epidemias
se
seguirá
consultando,
aunque
hoy
no
tengan
prensa,
y
esas
personas
se
sumarán
a
los
que
enfermen
con
la
visita
de
este
nuevo
virus.
Hagamos
lo
imposible
para
manejar
las
incertidumbres
de
no
saber
a
ciencia
cierta
qué
le
pasará
a
nuestro
sistema
de
salud
cuando
la
ola
llegue
a
la
región.
Es
factible
también
que
pueda
no
sobrevenir
el
caos
que
se
produjo
en
Italia
o
en
España.
Lo
sabremos
en
unos
meses.
Mientras
tanto,
actuemos.
Pero
actuemos
con
responsabilidad
ciudadana
en
la
tarea
que
le
toca
a
cada
uno,
priorizando
el
bien
común.
No
podemos
dar
señales
a
grito
de
tribuna.
No
podemos
pedir
que
se
cierren
fronteras
ni
que
aíslen
a
todo
el
mundo,
ni
pedir
que
no
se
viaje
más
acá
o
acullá.
Cada
uno
a
su
tarea.
No
reproduzcamos
desinformación.
Tengamos
cuidado
y
chequeemos
muchas
veces
antes
de
enviar
noticias
de
fuentes
no
confiables.
Pueden
hacer
mucho
daño.
No
tengamos
fobia
de
los
chinos,
ni
de
los
italianos,
ni
de
los
españoles
ni
de
nadie.
Como
toda
crisis,
es
una
hermosa
posibilidad
(quizás
única)
para
colaborar
con
nuestros
semejantes.
Entre
las
autoridades
sanitarias
y
organizaciones
civiles
de
todo
el
mundo
ya
están
creándose
lazos
de
cooperación
para
medir
lo
que
sucede
y
tratar
de
garantizar
a
las
poblaciones
información
certera,
relevante,
transparente
y
adaptada
a
cada
país,
cada
contexto.
Es
un
error
pensar
que
lo
que
sucedió
en
otras
regiones,
con
poblaciones
diferentes
y
sistemas
de
salud
distintos,
va
a
pasar
aquí.
O
que
los
números
de
las
noticias
son
transitivos
a
lo
que
nos
sucederá.
Distintos
gobiernos,
como
el
chino,
el
coreano,
el
italiano
y
todos
los
que
tienen
casos,
han
decidido
medirlos
en
forma
diferente,
lo
cual
puede
traer
problemas
al
extrapolar
casos
de
muertes.
Confiemos
en
que
las
instituciones
tomarán
decisiones
basadas
en
lo
que
sucede
de
forma
global
y
también
en
nuestros
contextos.
De
toda
crisis
hay
aprendizajes,
y
los
sistemas
sanitarios
globales,
regionales
y
locales
están
aprendiendo,
y
mucho.
El
mozo
y
sus
colegas
quedaron
más
tranquilos
luego
de
que
intenté
explicarles
algo
de
lo
aquí
escrito.
Creo.
Yo
vuelvo
a
mi
guardia.
Olvidé
que
con
J2,
la
nurse
de
la
unidad,
habíamos
quedado
de
repasar
el
plan
de
contingencia
COVID19
del
hospital.
Vuelvo
sin
saber
si
al
salir
publicado
este
artículo
las
fronteras
de
Uruguay
no
estarán
cerradas
o
si
ya
se
confirmó
el
primer
caso
de
coronavirus
en
Uruguay.
No
sé
si
siguió
subiendo
el
dólar,
si
los
mercados
siguen
desplomándose,
si
tal
o
cual
sector
financiero
entró
en
bancarrota.
Me
queda
la
pregunta
de
si
esta
pandemia
no
traerá
más
muertes
por
la
crisis
económica
que
ya
se
vive
y
la
debacle
mundial
que
está
ocasionando
que
por
la
propia
virosis.
Me
pregunto
si
a
nuestra
América
Latina,
tan
castigada
y
con
sistemas
sanitarios
tan
debilitados
y
desnutridos
de
recursos,
esta
pandemia
no
pueda
darle
el
tiro
de
gracia.
Pienso
en
mis
amigos
del
norte
que
no
podré
abrazar
este
año
y
que
están
luchando
con
lo
que
tienen
para
cuidar
las
poblaciones
que
atienden.
Quisiera
estar
con
ellos,
pero
no
puedo.
Al
menos
en
persona.
No
importa,
queda
mucho
por
hacer.
Y
si
ellos
me
dijeron
que
lo
mejor
que
puedo
hacer
es
prepararme,
eso
haré.
Sebastián
González-Dambrauskas
es
pediatra
intensivista.
Fuente: ladiaria.com.uy
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